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“¡No hay más regla que el Evangelio de Cristo!”. El Evangelio como única regla de vida según san Esteban de Muret († 1124), fundador de Grandmont

El pensamiento y magisterio espiritual de san Esteban de Muret († 1124), fundador de la Orden Grandmont (1076), fue recogido por su discípulo Hugo de Lacerta († 1157) en su Liber de doctrina y por Esteban de Liciaco, tercer prior de la Orden (1139-1163), en la Regula Stephani Muretensis. Al comienzo de ambos opúsculos queda plasmada la voluntad de retornar a la fuente última de la vida cristiana: el Evangelio, ideal evangélico y apostólico muy típico de la espiritualidad de los siglos XI y XII.

San Esteban de Muret y Hugo de Lacerta en el frontal del altar mayor de la abadía de Grandmont (c. 1189-1190). Fuente: Wikimedia Commons.

Comienzo del Liber de doctrina de Hugo de Lacerta:

«¡No hay más regla que el Evangelio de Cristo! Hermanos, después de mi muerte muchos os preguntarán qué ordenamiento o regla seguís; algunos simplemente para aprender y otros para reprenderos. Respondedles humildemente lo siguiente: “Preguntáis qué regla, como si hubiese más de una, cuando en realidad no hay más que una regla, es decir, la de la unidad. El Señor Jesucristo es la única vía por la que se asciende al Reino de los cielos. Él es la puerta por la que se entra a la Iglesia, y la gracia y la verdad, que son regla común, son hechas por Él, como dice el Evangelio, y no por ningún otro doctor”. Pero quizá alguno os diga todavía: “San Benito escribió la Regla de los monjes, tal y como dice san Gregorio”. Es verdad, pero precisamente es llamada “regla” porque nace de la regla por excelencia, es decir, del Evangelio.

Todos los cristianos que viven en unidad pueden ser llamados monjes, especialmente aquellos que, como el Apóstol, se alejan más de los negocios mundanos y no piensan más que en Dios. En la primera ocasión en la que Jesús predicó a sus discípulos, tal y como encontramos en el Evangelio, les habló ya de la institución monástica cuando dijo: “Bienaventurados los pobres de espíritu, etc.”, dando así comienzo a su regla. […] Cuando alguien dice que la regla fue elaborada por san Benito, sepa que lo mismo podría decirse de san Pablo Apóstol y de san Juan Evangelista, que hablaron sobre el Señor más amplia y perfectamente.

Cualquiera, casado o no, puede salvarse guardando la regla de Dios, cosa que no es posible en absoluto en la Regla de san Benito. Ésta es sin duda de gran perfección, pero más perfecta es todavía la regla de san Basilio, y, con todo, todo en ella está tomado de la regla común, es decir, del Evangelio, pues no será salvado más que un hombre, es decir, Cristo Jesús con todos sus miembros. Por tanto, puede saberse que no hay más que una regla, como dice el Hijo de Dios: “Sin mí no podéis hacer nada”. Así pues, está fuera de la regla quien se aparta del precepto de Dios y se mantiene siempre en la regla quien cumple sus mandatos»

(Hugone Lacerta, Liber de doctrina o Liber sententiarum, initium libri, traducción propia del original latino)[1].

Fragmento del prólogo de la Regula Stephani Muretensis escrita por Esteban de Liciaco:

«Sobre la unidad y la diversidad de las reglas.

Queridísimos hermanos e hijos míos:

Aunque “el camino que conduce hasta la Vida sea arduo y estrecho” [Mt 7,14], la casa del Señor, a la que se llega por esa vía ardua y estrecha, es, sin embargo, grande, amplia y muy espaciosa, y no está constreñida por ningunos límites. Hacia la casa del Padre supremo, en la cual el Hijo dijo que había “muchas moradas” [Jn 14,2], existen diversas opciones de caminos, direcciones de sendas bien trilladas y múltiples grados por los que ascender […]. Por ellas se va de virtud en virtud hasta ver al Dios de dioses en Sión.

Todas estas diversas vías, aunque han sido recomendadas por escrito por los distintos Santos Padres —de modo que se conocen como Regla de san Basilio, Regla de san Agustín o Regla de san Benito— no son, sin embargo, el origen de la vida religiosa, sino más bien como hijas suyas: no son la raíz, sino sus ramas; no la cabeza, sino sus miembros, pues una sola es la regla de la fe y la salvación, la primera y principal Regla de reglas, de la que todas las demás derivan como riachuelos de una misma fuente, a saber, el Santo Evangelio que el Salvador entregó a los apóstoles y que éstos anunciaron con fidelidad por todo el mundo. Y, así, aun habiendo bebido todos los fieles que nos preceden de la plenitud de esta fuente inextinguible, ha quedado para nosotros, que hoy vivimos, y para quienes vivirán después de nosotros y hasta el fin del mundo una bebida inexplicable. Esta fuente viva está a disposición de todos, pues no rechaza a nadie […]»

(Stephanus de Liciaco, Regula Stephani Muretensis, traducción propia del original latino)[2].


[1] «Non est alia regula nisi euangelium Christi! Fratres, scio quod post mortem meam nonnulli requirent qualis ordo uel regula a uobis tenetur, alii causa discendi, alii causa reprehendi. Quibus humiliter respondete: “Vos requiritis qualem regulam, ac si essent duae, cum non sit nisi una tantum regula, scilicet unitatis. Dominus Iesus Christus est solummodo uia qua ascenditur ad regnum caelorum. Ipse namque est ostium quo quisque ingreditur ecclesiam; gratia et ueritas, quae communis est regula, per ipsum facta est, quemadmodum dicit euangelium, non per doctorem alium”. Sed forsitan adhuc dicet aliquis: “Sanctus Benedictus scripsit monachorum regulam, ut ait beatus Gregorius”. Verum est, sed ideo regula dicitur quia de regula, hoc est de euangelio sumitur.

Omnes etiam christiani possunt dici monachi qui in unitate consistunt; specialiter tamen illi dicuntur qui iuxta apostolum a negotiis saecularibus amplius elongantur nec cogitant nisi de Deo tantummodo. Primo siquidem sermone quem suis fecit Iesus discipulis, sicuti in euangelio reperitur, locutus est de institutione monachorum, cum diceret: Beati pauperes spiritu [Mt 5,3], et sic denique suam incoepit regulam. […] Dum autem dicit aliquis quod a sancto Benedicto facta est regula, similiter potest dici de beato Paulo apostolo et de Iohanne euangelista, qui de Domino amplius et perfectius locuti sunt.

In regula Dei, a quocumque tenetur, cum uxore potest saluari et absque uxore, quod nequit fieri in regula sancti Benedicti; est nempe magnae perfectionis, sed alia est maioris perfectionis, uidelicet regula sancti Basilii. Attamen, totum sumitur de communi regula, id est de euangelio, nec etiam nisi unus homo saluabitur, id est Christus Iesus cum membris suis. Igitur sciri potest non esse nisi unam regulam et Dei Filius dixit: Sine me nihil potestis facere [Ioh 15,5]. Ideo extra regulam iudicatur quisquis a Dei praecepto discedit, et semper in regula permanet qui eius mandata adimplet» (Hugone Lacerta, Liber de doctrina uel Liber sententiarum, initium libri, ed. J. Becquet, Scriptores ordinis Grandimontensis, Turnhout, Brepols, 1968, CCCM 8).

[2] «De unitate et diuersitate regularum.

Filii mei et fratres dilectissimi, quamuis sit ardua et arta uia quae ducit ad uitam [Mt 7,14], magna tamen est domus Domini, et ampla ac spatiosa ualde, nullis coangustata terminis, ad quam per arduam et artam uiam illam peruenitur. Ad domum illam Patris summi, in qua Filius multas testatur esse mansiones [Ioh 14,2], diuersae uiarum optiones, tritae semitarum directiones, multiplices graduum ascensiones sunt […]. Per has ergo itur de uirtute in uirtutem, ut uideatur Deus deorum in Sion.

Quae uiarum diuersitates, quamuis a diuersis sanctis patribus scripto sint commendatae, ita quod appelletur Regula beati Basilii, Regula beati Augustini, Regula beati Benedicti, tamen non origo religionis, sed propagines sunt; non radix, sed frondes sunt, non caput, sed membra sunt; una est enim fides et salutis prima ac principalis Regularum Regula, a qua omnes aliae, quasi quidam riuuli de uno fonte deriuantur, sanctum uidelicet euangelium apostolis a Saluatore traditum, ac per ipsos in uniuersum mundum fideliter annuntiatum.

De huius itaque plenitudine fontis inexsiccabilis omnes quotquot fideles ante nos transierunt accipientes haustum inexplicabilem, nobis qui hodie uiuimus, aliisque, qui post nos usque in finem mundi futuri sunt, reliquerunt. Fons iste uiuus patet omnibus, nulloque repellente, inde pro suae quisque capacitatis uiribus, qui possunt capere capiunt» (Stephanus de Liciaco, Regula Stephani Muretensis, ed. J. Becquet, Scriptores ordinis Grandimontensis, Turnhout, Brepols, 1968, CCCM 8).


OpenEdition le sugiere que cite este post de la siguiente manera:
Ignacio Cabello Llano (27 de abril de 2022). “¡No hay más regla que el Evangelio de Cristo!”. El Evangelio como única regla de vida según san Esteban de Muret († 1124), fundador de Grandmont. Fontes Medii Aevi. Recuperado 12 de octubre de 2024 de https://doi.org/10.58079/osqe


Ignacio Cabello Llano

Ignacio Cabello Llano (1996), Graduado en Historia (UAM, 2018) y Máster en Ciencias de las Religiones (UCM, 2019), actualmente es investigador FPU en el Área de Historia Medieval de la UAM, donde realiza su tesis doctoral acerca de la experiencia del sufrimiento y el problema del mal en la cosmovisión, la vida y la reflexión religiosa medieval peninsular, bajo la dirección del Dr. Carlos de Ayala. Sus intereses giran en torno a la Historia medieval; la Historia del pensamiento y las ideas; la Historia cultural y de las mentalidades; la Historia y la Filosofía de las religiones; el Pensamiento, la cultura y la cosmovisión medieval: teología, política, filosofía, religiosidad y liturgia, y las Relaciones y encuentros entre cristianismo e islam en la Edad Media. «Si fuera anticuario sólo tendría ojos para las cosas antiguas, pero soy historiador, por eso amo la vida» (Henri Pirenne). Página personal. Ver todas las fuentes publicadas por Ignacio.

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