Semblanza de Isidoro de Sevilla († 636) y noticia de sus libros por Braulio de Zaragoza († 651)

Isidorus, uir egregius, Hispalensis ecclesiae episcopus, Leandri episcopi successor et germanus, floruit a tempore Mauricii imperatoris et Reccaredi regis.

In quo quiddam sibi antiquitas uindicauit, immo nostrum tempus antiquitatis in eo scientiam imaginauit. Vir in omni loquutionis genere formatus, ut inperito doctoque secundum qualitatem sermonis existeret aptus, congrua uero opportunitate loci incomparabili eloquentia clarus. Iam uero quantus sapientia fuerit, ex eius diuersis studiis et elaboratis opusculis perfacile prudens lector intelligere poterit. Denique de his quae ad nostram notitiam uenerunt, ista commemoraui.

Edidit enim libros Differentiarum duos, in quibus subtili discretione ea quae confuse usu proferuntur sensu discreuit. Prooemiorum librum unum, in quo quid quisque liber Sanctae contineat Scripturae breui subnotatione distinxit. De ortu et obitu Patrum librum unum, in quo eorum gesta dignitatem quoque et mortem eorum atque sepulturam sententiali breuitate subnotauit. Ad germanum suum Fulgentium episcopum Officiorum libros duos, in quibus originem officiorum, cur unumquodque in ecclesia Dei agatur, interprete <suo> stylo, non sine maiorum auctoritate elicuit. Synonymorum libros duos, quibus ad consolationem animae et ad spem percipiendae ueniae, intercedente rationis exhortatione, erexit. De natura rerum ad Sisebutum regem librum unum, in quo tam de ecclesiasticorum doctorum quam etiam de philosophorum indagine obscura quaedam de elementis absoluit. De numeris librum unum, in quo arithmeticam propter numeros ecclesiasticis scripturis insertos ex parte tetigit disciplinam. De nominibus Legis et Euangeliorum librum unum, in quo ostendit quid memoratae personae mysterialiter significent. De haeresibus librum unum, in quo maiorum sequutus exempla breuitate qua potuit diffusa collegit. Sententiarum libros tres, quos floribus ex libris papae Gregorii Moralibus decorauit. Chronicorum a principio mundi usque ad tempus suum librum unum, nimia breuitate collectum. Contra Iudaeos, postulante Florentina germana sua, proposito uirgine, libros duos, in quibus omnia quae fides catholica credit ex Legis et Prophetarum testimoniis adprobauit. De uiris inlustribus librum unum, cui nos ista subiunximus. Monasticae regulae librum unum, quem pro patriae usu et inualidorum animis decentissime temperauit. De origine Gothorum et regno Sueuorum et etiam Vandalorum historia librum unum. Quaestionum libros duos, quos qui legit ueterum tractatorum multam supellectilem recognoscit. Etymologiarum codicem nimiae magnitudinis distinctum ab eo titulis, non libris, quem, quia rogatu meo fecit, quamuis inperfectum ipse reliquerit, ego in uiginti libros diuisi. Quod opus omnimodo philosophiae conueniens quisquis crebra meditatione perlegerit, non ignotus diuinarum humanarumque rerum scientia merito erit. Ibi redundans diuersarum artium elegantia, quaecumque fere scire debentur restricta collegit. Sunt et alia eius uiri multa opuscula et in Ecclesia Dei multo cum ornamento instrumenta.

Quem Deus post tot defectus Hispaniae nouissimis temporibus suscitans, credo, ad restauranda antiquorum monumenta, ne usquequaque rusticitate ueteresceremus, quasi quandam opposuit destinam. Cui non inmerito illud philosophicum a nobis aptatur:

‘Nos, inquit, in nostra urbe peregrinantes errantesque tanquam hospites tui libri quasi domum reduxerunt, ut possimus aliquando qui et ubi essemus agnoscere. Tu aetatem patriae, tu descriptiones temporum, tu sacrorum iura, tu sacerdotum, tu domesticam publicamque disciplinam, tu sedium, regionum, locorum, tu omnium diuinarum humanarumque rerum nomina, genera, officia, causas aperuisti’.

Quo uero flumine eloquentiae et quot iaculis diuinarum Scripturarum seu Patrum testimoniis Acephalitarum haeresim confuderit, synodalia gesta coram eo Hispali acta declarant, in qua contra Gregorium praefatae haeresis antestitem + eam + adseruit[4] ueritatem.

Obiit temporibus Heraclii imperatoris et christianissimi Chintilani regis, sana doctrina praestantior cunctis et copiosior operibus caritatis.

Braulio Caesaraugustanus, Renotatio librorum domini Isidori, ed. J. C. Martín Iglesias, 2006, Turnhout, Brepols, CCSL 113B.

Isidoro, hombre ilustre, obispo de la iglesia Hispalense, sucesor y hermano del obispo Leandro, comenzó a brillar en tiempos del emperador Mauricio y del rey Recaredo.

En él la Antigüedad se ha reivindicado a sí misma o, mejor dicho, nuestra época ha visto reflejado en él el saber de la Antigüedad. Fue un hombre versado en todos los géneros de discurso, de modo que, modulando la cualidad de su expresión, se hacía entender tanto por el ignorante como por el culto y, cuando se presentaba la ocasión, brillaba con una incomparable elocuencia. Fácilmente podrá el lector juicioso comprobar a partir de sus diversos estudios y las obras que elaboró cuán grande fue su sabiduría. En fin, de los escritos que de él han llegado a nuestro conocimiento, he querido recordar los siguientes.

Compuso dos libros de Diferencias, en los que con gran agudeza distinguió, de acuerdo con su sentido, términos que en su uso cotidiano se emplean de forma confusa. Un libro de Proemios, en el que expuso mediante breves resúmenes el contenido de cada uno de los libros de las Sagradas Escrituras. Un libro Sobre la vida y muerte de los Padres, en el que con brevedad esquemática dio noticia de sus principales hechos, de su dignidad y de su muerte y sepultura. Dedicados a su hermano Fulgencio, obispo, dos libros de Oficios, en los que, con su propio estilo, pero de acuerdo con el testimonio de nuestros mayores, explicó el origen de los oficios [eclesiásticos] y la razón de ser de cada uno de ellos dentro de la Iglesia de Dios. Dos libros de Sinónimos que construyó para consuelo del alma y para infundirnos la esperanza de obtener el perdón de nuestros pecados, introduciendo para ello la exhortación de la razón. Un libro Sobre la naturaleza de las cosas dedicado al rey Sisebuto, en el que, haciendo uso tanto de las investigaciones de los doctores de la Iglesia como de las de los filósofos, aclaró ciertos aspectos obscuros de los elementos de la naturaleza. Un libro Sobre los números en el que, a propósito de los números que aparecen en las Escrituras de la Iglesia, se ocupó en parte de la disciplina aritmética. Un libro Sobre los nombres de la Ley y de los Evangelios en el que mostró cuál es el significado místico de los personajes que aparecen en dichas obras. Un libro Sobre las herejías en el que, siguiendo el ejemplo de nuestros mayores, reunió noticias dispersas con la mayor brevedad de que fue capaz. Tres libros de Sentencias que adornó con flores tomadas de los Morales del papa Gregorio. Un libro de Crónicas, desde el principio del mundo hasta su propia época, redactado con una extraordinaria brevedad. A petición de su hermana Florentina, virgen profesa, un tratado Contra los judíos en dos libros en los que, sirviéndose de los escritos de la Ley y de los Profetas, probó la veracidad de todas las creencias en las que se asienta la fe católica. Un libro Sobre los hombres ilustres, al que nosotros ahora añadimos esta noticia. Una Regla monástica, en un libro, que con mucho tino atemperó a las costumbres de su patria y a las posibilidades de los espíritus poco fuertes. Un libro Sobre el origen de los godos, el reino de los suevos y la historia de los vándalos. Dos libros de Cuestiones en los que el lector reconocerá abundante material extraído de antiguos tratados. Un códice de Etimologías de enorme extensión, dividido por él en títulos, no en libros, por lo que, dado que lo hizo copiar a petición mía y pese a que lo dejó inacabado, yo personalmente he distribuido sus contenidos en veinte libros. Todo aquel que lea a fondo y medite frecuentemente esta obra del todo conveniente a la filosofía, no será ya, con razón, desconocedor de los asuntos humanos y divinos. En ella abundan las elegancias de las distintas disciplinas, pues en ella reunió de forma resumida todo cuanto en la práctica debe saberse. Hay todavía muchos otros opúsculos suyos y piezas que con gran distinción adornan la Iglesia de Dios.

Después de tantos años de carencia en Hispania, Dios lo suscitó en tiempos recientes, creo yo, a fin de restaurar los monumentos de los antiguos y lo puso entre nosotros como una especie de puntal para que no acabásemos esclerotizándonos en la ignorancia. No sin merecimiento le aplicamos aquellas palabras que se dijeron sobre cierto filósofo[1]:

«A todos nosotros, peregrinos en nuestra propia ciudad, errando por ella como si fuéramos extranjeros, tus libros nos han llevado, por decirlo así, de vuelta a casa, para que así pudiésemos de una vez saber quiénes éramos y dónde estábamos. Tú nos has desvelado[2] el pasado de nuestra patria, las sucesiones de los tiempos, las leyes de lo sagrado y de los sacerdotes, la disciplina privada y pública, los nombres de las sedes, regiones y lugares, y los nombres, clases, funciones y causas de todas las cosas divinas y humanas».

Además de todo ello, con qué río de elocuencia y con cuántos dardos de las Sagradas Escrituras y testimonios de los Padres abatió la herejía de los acéfalos, lo ponen de manifiesto las actas del concilio que se celebró en su sede, Hispalis, en el que demostró la Santa Verdad contra Gregorio, líder de la citada herejía[3].

Murió en tiempos del emperador Heraclio y del cristianísimo rey Chintila, aventajando a todos por su recta doctrina y más abundante que ninguno en obras de caridad.

Traducción propia a partir del texto latino.