Las tres posibles razones por las que los hombres alaban a Dios según san Bernardo (c. 1124-1125)

San Bernardo representado en un manuscrito del s. XIII de su Comentario al Cantar de los Cantares perteneciente a la abadía premonstratense de Weissenau (Londres, British Library, Ms Add 24077, fol. 37r).

«Hay quien alaba a Dios porque es poderoso, quien lo alaba porque es bueno con él y quien lo alaba porque es bueno en sí mismo. El primero es esclavo y teme por sí mismo; el segundo, mercenario, y codicia siempre para sí mismo; el tercero es hijo y honra a su padre. Tanto el que teme como el que codicia actúan pensando en sí mismos. En cambio, el único amor que “no busca su propio interés” [I Cor 13,5] es el que hay en el hijo.

Por ello, pienso que de este amor se dice en la Escritura: “La ley del Señor es perfecta y convierte las almas” [Ps 18,8], porque es el único que puede arrancar al alma del amor a sí misma y al mundo y dirigirla hacia Dios. Ciertamente, ni el temor ni el amor a uno mismo son capaces de convertir el alma; a veces cambian el semblante o la conducta, pero nunca el afecto. El esclavo lleva a cabo en ocasiones la obra de Dios, pero, como no lo hace de buena voluntad, permanece en su dureza. También lo hace el mercenario, pero como no gratuitamente, se deja vencer y arrastrar por la propia codicia.

Allí donde hay interés propio, hay individualismo; donde hay individualismo hay rincones, y donde hay rincones hay, sin duda, basura e inmundicia. La ley del esclavo es el temor que lo constriñe, y la del mercenario, la codicia que lo domina, lo atrae y lo seduce [Iac 1,14]. Pero de ninguna de estas leyes es pura y capaz de convertir las almas. La caridad, en cambio, convierte las almas y las hace también libres».

Bernardus Claraeuallensis, De diligendo Deo, 34 [= Epistulae, 11,3] – traducción propia a partir del texto latino fijado por J. Leclercq, en Obras completas de San Bernardo, I. Introducción y Tratados (1.º), Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos, 1983, pp. 349-351:

«Est qui confitetur Domino quoniam potens est, et est qui confitetur quoniam sibi bonus est, et item qui confitetur quoniam simpliciter bonus est. Primus servus est, et timet sibi; secundus mercenarius, et cupit sibi; tertius filius, et defert patri. Itaque et qui timet, et qui cupit, uterque pro se agunt. Sola quae in filio est caritas, non quaerit quae sua sunt [I Cor 13,5]. Quamobrem puto de illa dictum: Lex Domini immaculata, convertens animas [Ps 18,8], quod sola videlicet sit, quae ab amore sui et mundi avertere possit animum et in Deum dirigere. Nec timor quippe, nec amor privatus convertunt animam. Mutant interdum vultum vel actum, affectum numquam. Facit quidem nonnumquam etiam servus opus Dei, sed quia non sponte, in sua adhuc duritia permanere cognoscitur. Facit et mercenarius, sed quia non gratis, propria trahi cupiditate convincitur. Porro ubi proprietas, ibi singularitas; ubi autem singularitas, ibi angulus; ubi vero angulus, ibi sine dubio sordes sive rubigo. Sit itaque servo sua lex, timor ipse quo constringitur; sit sua mercenario cupiditas, qua et ipse arctatur, quando tentatur abstractus et illectus [Iac 1,14]. Sed harum nulla, aut sine macula est, aut animas convertere potest. Caritas vero convertit animas, quas facit et voluntarias» (Bernardus Claraeuallensis, De diligendo Deo, 34).